La nueva cotidianidad desde el alto valle

Lautaro Acuña
5 min readOct 28, 2020

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18/09/20

Hoy me levanté a las 12:30 del mediodía, con el ruido de los martillazos del vecino de arriba como alarma y el olor desde la cocina que me indicaba la hora el almuerzo. Ya hace seis meses que en Argentina vivimos en cuarentena tras el arribo del Covid-19 al país. Cuando el presidente Alberto Fernández dijo el 19 de marzo: “A partir de las 00 horas de mañana deberán someterse al aislamiento social, preventivo y obligatorio”, pocos pararon a pensar en la posibilidad de que aquello durará más de unas pocas semanas.

En aquel entonces, el miedo nos merodeaba como un fantasma, provocando que tanto defensores como opositores al gobierno le brinden su apoyo. Esto potenciado tras presenciar en los medios masivos de comunicación, y principalmente en las redes sociales, cómo países considerados “del primer mundo” como España o Italia eran tomados por sorpresa y sufrían en carne propia los estragos del virus. Por suerte las medidas cumplieron, lo que consecuentemente llevó a que la mirada de varios se desvíe un poco de los números de las camas de los hospitales y se enfoque en los números rojos de la economía.

En la tarde, aplauden desde la reja de mi casa: es mi amigo Julián, quien sin levantarse de su moto y con su barbijo puesto me entrega la docena de rosquitas que le compré. A medida que los casos de contagios bajaron, el enfoque de los medios comenzó a centrarse en la crisis económica (La Nación: La economía argentina será una de las más golpeadas de América Latina) y cómo millones de personas tienen que arreglárselas para poder subsistir. Esto en un contexto en el que durante meses hubo Pymes sin funcionar, o personas que viven de las changas ahora tienen más dificultades para conseguir trabajo. “Con mi familia empezamos a vender rosquitas por un lado y por el otro lo que hicimos fue empezar a vender leña. Mi vieja renunció a su laburo y mi viejo es colectivero, pero no está laburando mucho. Entonces se nos ocurrió ese modo para poder comprar comida”, me dice Julián antes de seguir su camino.

Como se ve, no es necesario irse a metrópolis gigantescas como Buenos Aires o Córdoba para presenciar las consecuencias de la pandemia. En ciudades medianas alejadas de las grandes urbes como General Roca, no solo el virus hizo presencia, sino que se expandió de manera tal que la ciudad apareció en medios de llegada masiva como Clarín (Coronavirus: la ciudad del Sur que encendió un luz de alerta, contagios increíbles, ataques a clínicas y barrios humildes aislados”). Una ciudad que por un momento parecía alejarse de la enfermedad, llegando a bajar a 0 casos registrados el 20 de Mayo, donde con el DNI en mano se podía pasear con tranquilidad los domingos por el canal grande, se transformó en “zona de circulación comunitaria” según el gobierno, el 17 de Junio. Tras un largo momento de incertidumbre, hoy se puede pasear, pero con el amargo saber de qué en frente del canal hay un hospital cuyos trabajadores casi no tienen tiempo para sí mismos, si no solo para los enfermos que llegan cada día sin parar.

Mientras pienso y escribo, desde el comedor retumba la potente voz de mi madre (nada raro en una maestra de música), que habla con sus alumnos. Cristina trabaja en la Escuela Primaria 274, y se vio junto a sus colegas en una situación compleja para poder hacer llegar la educación a las casas de los niños: “primer grado es el más difícil, debido a que los padres deben prestarles su propio celular o computadora a los chicos, y a veces no pueden”. La coordinación es fundamental para que cada materia tenga su espacio correspondiente. Como si fuera el armado del newsletter de un diario, las maestras se envían correos electrónicos de un lado a otro para finalmente mandar “en un paquete” todas las actividades para realizar a cada padre, cada día con una temática común, como el respeto, los secretos o el mismo coronavirus. A esto se suman las videollamadas, los grupos de WhatsApp y cuanta aplicación esté disponible para seguir enseñando de forma didáctica y lo más entretenida posible a niños de entre 6 y 13 años. Antes de irme a mi habitación, me frena. Necesita la ayuda de un “nativo digital”.

- Lautaro ¿Cómo se hace un Drive?

Suena en el televisor el reportaje diario de la Secretaria de Políticas Públicas provincial, y mi madre me cuenta sobre su trabajo: “algunos chicos nos desconocen, una vez uno me dijo ‘pero yo ya sé cantar, para qué lo voy a hacer’”. Pero esto no es necesariamente por la tozudez de los menores, si no va más allá. El no poder salir a la plaza, no poder jugar a la pelota en la canchita, no poder ver a los amigos, no poder… ese es el gran problema emocional no solo para los niños, sino también para los padres, que además deben cumplir la compleja tarea de ser también “maestros” ante la imposibilidad de tener presente un docente de carne y hueso. De todas formas, saliendo a comprar, en la plaza más cercana se pueden ver a varios chicos jugando con el barbijo puesto, algo que más allá de cualquier opinión, puede ser entendible, teniendo en cuenta que un año de su infancia, la única que tendrán, está condicionada por un virus que no entiende de empatía.

Ya al atardecer, recibo el mensaje de un compañero de la facultad pidiéndome que lo integre al grupo de WhatsApp de una materia. El aula se transformó en una pantalla digital para los privilegiados que tienen acceso a una red wifi y un celular o computadora para estar presentes, pero las malas conexiones, el cansancio y/o la incertidumbre acerca si se está aprendiendo lo suficiente son algunos de los varios inconvenientes que hacen presencia. Si antes la rutina era ir a la facultad y estudiar junto a los compañeros en el patio o los pasillos, ahora es sentarse en una mesa y estar horas conversando con rostros lejanos o simplemente iniciales de algún nombre (siendo yo una de ellas, hay que decirlo). “De todas formas, la tecnología dentro de todo salvo el año de varios estudiantes y profesores”, pienso mientras mi compañero me agradece con un emoji apenas lo sumo al grupo de chat. Sin embargo, quedará mucho que debatir acerca del alcance de estas herramientas como forma de inclusión en el futuro.

Cuando empiezan a sonar los ladridos de los perros de la cuadra, y se empieza a percibir el olor de la cena, es hora de terminar mis escrituras y disfrutar el tiempo libre de la noche después de comer. Mi padre seguramente verá una película de acción, mi madre retomará su tejido, y yo dejaré de lado las palabras por un tiempo para una videollamada con amigos, ver vídeos en YouTube o simplemente jugar videojuegos hasta las 4 de la mañana. Desde hace poco más de un mes, la confirmación de la vacuna en Argentina para el primer semestre del 2021 pudo dar fecha final a un presente incierto, al menos en cuanto al virus. Sin embargo, ¿Cuáles serán las consecuencias, no solo económicas, sino sociales que arrastrara este detestable año?

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Lautaro Acuña
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Written by Lautaro Acuña

Estudiante de Comunicación Social. Bostero. Patagonico.

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